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De cuando Hemingway jugó a la ruleta rusa

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Un día como hoy, 21 de julio pero del año 1899 nacía en Oak Park, Chicago, el escritor norteamericano Ernest Hemingway. También en el mes de julio de 1961, hace 61 años, el día 2 se suicidaba en su casa de Ketchum, Idaho. El pasado martes el Instituto Franklin-UAH asistía a la defensa de la tesis doctoral de Marcos Todeschini, dirigida por el profesor José Antonio Gurpegui titulada “Dispatches from the Old Man Overseas: Ernest Hemingway’s Journalism” sobre la faceta periodística del gran escritor norteamericano. Asistimos a un cúmulo de efemérides relacionadas con Hemingway y por ello, y para combatir los calores del verano, me dispongo a contarles una anécdota fresca del escritor durante los días de la guerra civil española.

En aquellos días el propio Hemingway estuvo a punto de morir en el juego letal de la ruleta rusa, con un general republicano como retador y una mujer como objeto de la temeraria apuesta.

Gilbert H. Muller en “Hemingway and the Spanish Civil War” afirma que fue la noche del 7 de noviembre de 1937, el día que se celebraba un año de la heroica defensa de la capital frente al ejército rebelde y día previo al 29º cumpleaños de Martha Gellhorn, la corresponsal de Collier’s Magazine en España y compañera de Hemingway en esa troupe magnífica de corresponsales y fotógrafos extranjeros interesados en la guerra de España que habían formado con Robert Capa, Gerda Taro, Herbert Matthews y John Dos Passos en la primavera del mismo año en el Hotel Florida de Madrid. Gellhorn nos lo cuenta en The London Review of Books muchos años más tarde, en un artículo de 1996[1] recordando aquel año, pero sin precisar la fecha. “Era invierno, a fines de 1937, supongo”.

El lugar era el Hotel Gaylord de Madrid, hoy desaparecido, en la calle Alfonso XI, entre la Puerta de Alcalá y la plaza de Cibeles. El hotel aparece mencionado en Por quién doblan las campanas de Hemingway como el hotel donde se habían instalado los rusos, “demasiado lujoso, la comida demasiado buena para una ciudad sitiada y la charla demasiado cínica para una guerra”. Hemingway había sido invitado por Mijaíl Koltsov, oficialmente el corresponsal del diaro Pradva, pero, realmente “el hombre de Stalin, los ojos y los oídos de Stalin” a la fiesta que tendría lugar por el aniversario de la defensa de la capital. El hotel era el lugar donde los espías soviéticos compartían mesa y comida con los generales comunistas de la República, el único lugar de Madrid donde se podía comer caviar y beber vodka en medio de una ciudad sitiada donde escaseaban la comida y la bebida. Al igual que Robert Jordan en la novela (Por quién doblan las campanas) que desea llevar a María, su amante en la guerrilla, al hotel; Hemingway llevó como compañera a Martha Gellhorn. Al llegar todo fueron atenciones y la propia Martha nos describe los personajes allí presentes, la comida y lo contento que estaba Hemingway con el suministro de vodka.En esa situación, Koltsov se retiró para hablar con Hemingway y Martha se acercó a la mesa de la comida. Fue seguida por el general Juan Modesto “Guilloto”, el que por entonces y en palabras de Gellhorn era “el general más talentoso del ejército republicano”. De unos treinta años, alto para ser español, de ojos oscuros y, según Gellhorn, “un hombre intensamente atractivo”. La conversación giró en torno a temas banales, la comida, la ciudad sitiada en guerra, nada que pudiese entrar en lo personal entre Modesto y Gellhorn. En ese momento, apareció Hemingway sonriendo visiblemente y, dirigiéndose a Modesto, pronunció en perfecto español “¡Mi general!” la forma de nombrar a los mandos en el régimen monárquico anterior y realmente ofensivo para un general de la República. Propuso a Modesto que ambos sostuvieran con los dientes los extremos de un pañuelo y con sendos revólveres jugaran a la ruleta rusa. Lo que en principio parecía una broma no lo era en absoluto para Modesto que se lo tomó en serio y contestó al escritor norteamericano “¡Vamos!”. Ambos se dirigían hacia la calle para jugar a la ruleta rusa cuando apareció Koltsov acabando con la bravuconería de los dos hombres. Palabras como ‘tontería’, ‘absurdo’, ‘niños’, ‘borracho’ salieron de su boca. Apartó a Modesto a una esquina del salón y pidió a sus ayudantes que acompañaran a Hemingway a la puerta. El escritor había roto la fiesta con su juego, broma, celos o lo que fuera. Martha Gellhorn nos cuenta que les dieron sus abrigos y les despidieron. Nunca más les volvieron a invitar. Esa noche, concluye “Caminamos de regreso al Florida a lo largo de la oscuridad de las calles frías en un silencio hostil”.

No sabemos las intenciones de Hemingway entonces porque él nunca lo contó, pero sí que sabemos gracias a Martha Gellhorn que retó al general Modesto porque este hablaba con ella a solas. ¿Qué hubiera pasado si hubiesen llevado hasta el final su juego letal?

 


Bibliografía:

  • Hemingway, Ernest. For Whom the Bell Tolls / Ernest Hemingway. New York: New York : Scribner’s, 1968
  • Moorehead, Caroline. Martha Gellhorn: A Life. 1. publ. in Great Britain ed. London [u.a.]: Chatto & Windus, 2003. Pp. 152-153
  • Vaill, Amanda.Hotel Florida. London: Bloomsbury Publishing Plc, 2015. Print. Pp. 262-263
  • Muller, Gilbert H.Hemingway and the Spanish Civil War : The Distant Sound of Battle. Cham: Springer International Publishing, 2019. Web. Pp. 146-147
  • Preston, Paul. Idealistas Bajo Las Balas : Corresponsales Extranjeros En La Guerra De España. Eds. Beatriz Anson and Ricardo García Pérez. Barcelona: Barcelona Debate, 2007a. Web. Pp. 60-61

[1] https://www.lrb.co.uk/the-paper/v18/n24/martha-gellhorn/memory

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