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La elección más importante de nuestras vidas

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Dentro de 500 días los estadounidenses elegirán en las urnas a su próximo presidente, pero estarán eligiendo mucho más que eso. Entre hoy y el 5 de noviembre de 2024 tienen que decidir si la presidencia de Donald Trump fue un borrón, un accidente histórico, o si le devuelven al poder en un punto de inflexión definitivo hacia el autoritarismo y la desvirtuación de las instituciones democráticas. Es así de grave y así de relevante, para EE. UU. y para el mundo.

No es como si EE. UU. fuera ajeno a los borrones: la esclavitud y la segregación, la violencia política, la caza de brujas… Y en muchos de esos puntos oscuros el presidente de turno jugó un papel principal: Roosevelt internó en campos a la población de origen japonés, Nixon espió a sus rivales, Johnson y Bush mintieron al país para llevarlo a la guerra… pero sólo un presidente ha puesto en riesgo deliberadamente el modelo institucional.

En sus cuatro años de mandato, Trump promocionó un asalto a las instituciones y a su neutralidad, menoscabando la legitimidad que necesitan para funcionar de forma efectiva: el FBI, los tribunales, el sistema electoral y por supuesto la propia presidencia. Se inmiscuyó y politizó hasta las ramas más remotas del gobierno, incluyendo el servicio nacional de meteorología o las agencias de salud pública.

Y aun tras todos estos sabotajes, que culminaron en un intento de golpe de estado propiamente dicho el 6 de enero de 2021, los votantes podrían retornar a Trump al poder. Las encuestas no son muy relevantes para predecir el futuro a estas alturas, pero el expresidente cuenta con el apoyo de la mitad de los votantes republicanos, más que cualquiera de sus rivales. Y lo que es más peligroso: el 60% todavía se cree la mentira de que él ganó las elecciones presidenciales de 2020 y fue víctima de un fraude electoral.

En 2020 el sistema resistió: los jueces, incluso los nombrados por el propio Trump, rechazaron legitimar su asalto al proceso electoral y su vicepresidente Mike Pence se negó a última hora a participar en una operación para detener ilegalmente la certificación del resultado. Por eso la multitud trumpista asaltó el Congreso al grito de “¡Ahorquemos a Pence!”. El país que durante cuatro años se había paseado por el filo del abismo  estuvo entonces a punto de saltar al vacío, pero, ¿qué pasa si Trump vuelve a ganar?

Trump es ahora mucho más peligroso para las instituciones democráticas y no sólo por la experiencia acumulada. Él mismo ha abandonado los últimos remilgos, promoviendo abiertamente la “terminación” de la Constitución para volver al poder. Además, en su círculo de confianza, del que saldrá su gobierno, hay muchas menos personas siquiera mínimamente comprometidas con la democracia, porque todos los que siguen con él saben ya de lo que es capaz.

Con todo, lo más peligroso es que los propios votantes refrenden democráticamente a un candidato dispuesto a destruir el sistema democrático, pero interesado sobre todo en salvarse a sí mismo. Más allá de su currículum autoritario evidente, el expresidente llega a estas elecciones inmerso en varios procesos judiciales por delitos graves de los que los votantes podrían absolverle: políticamente a través de su apoyo, pero también de forma efectiva si le dan el poder de indultarse a sí mismo.

Trump está formalmente acusado no ya de haberse llevado documentos secretos al dejar el cargo, sino de haberse negado a devolverlos y obstaculizado la investigación al respecto. En Nueva York está también imputado y a la espera de juicio por haber falseado las cuentas de sus empresas para ocultar pagos a una estrella del porno para que no le fastidiara la campaña hablando de su relación extramatrimonial. A eso hay que sumarle otras investigaciones abiertas por, entre otras cosas, haber presionado a las autoridades electorales de Georgia para que amañaran el resultado electoral a su favor.

No se sabe cuándo podrían llegar las primeras condenas, pero nada impide a Trump presentarse incluso desde la cárcel. En caso de ser elegido, podría “autoindultarse” al menos en el caso de los documentos secretos, que está en la jurisdicción federal, y poner todos los recursos de la Casa Blanca al servicio de su exculpación en los tribunales estatales. Luego están, además, las consideraciones políticas.

En las primarias republicanas, puede que una parte del electorado prefiera contar con un candidato que no esté yendo y viniendo de los juzgados, pero las encuestas nos dicen que otros muchos son susceptibles al victimismo y la campaña de intoxicación de Trump. Si el expresidente se hace con la nominación de su partido, la clave se traslada a las generales: el presidente Joe Biden es impopular, pero, ¿lo suficiente como para que Trump vuelva?

La inflación va bajando, pero sigue siendo para los votantes el principal problema del país y confían mucho más en los republicanos para solucionarlo. La cuestión es: ¿incluso si su candidato es Trump? ¿Incluso si se ponen en riesgo las instituciones otra vez? El expresidente se ha demostrado como la mejor garantía para movilizar al electorado demócrata, pero en las últimas elecciones Biden ganó gracias a los votantes independientes, que ahora no están muy contentos con él.

El hoy presidente pudo convencerles en 2020 de que no era un radical y no lo ha sido, pero su argumento estrella fue simplemente que él no era Trump. Si su antecesor vuelve a ganar las primarias republicanas veremos si la memoria de sus abusos sigue viva en la mente de esos votantes que tendrán otra vez la última palabra. Una apuesta arriesgada en la elección más importante de nuestras vidas.

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