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¡Ya están aquí las Primarias!

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Hace casi nueve años, en una entrada de este Diálogo Atlántico titulada “The Show Must Go On”, afirmaba que, en el espectáculo en que se ha convertido la política de los Estados Unidos, no existían recesos. Lo dije sin presagiar todo lo que después nos ha deparado la vida política estadounidense contemporánea. Por ejemplo, no fui capaz de anticipar que Trump sería elegido cuadragésimo quinto presidente -hasta el mismo día de las elecciones aposté por Hillary. Tampoco pude augurar que acabaríamos viendo un duelo Trump-Biden por la Casa Blanca -poniendo de manifiesto que, a pesar de Clinton, W. Bush y Obama, el gran teatro político estadounidense se ha convertido en una gerontocracia. Por último, nunca imaginé que pudiéramos presenciar un acto tan desagradable y antidemocrático, obviado además por el inquilino del 1600 de la Avenida Pensilvania, como el que vivimos en directo con el asalto de una turba de exaltados al, hasta ese momento, Sacro Santo Capitolio. Como dije en aquella entrada de noviembre de 2014, el espectáculo político debe de continuar y ya están en marcha las próximas elecciones presidenciales, comenzando, como de costumbre, con las elecciones de los futuros candidatos.

No hay nada en la Constitución de Estados Unidos sobre la necesidad de realizar primarias en los partidos políticos que concurran a las elecciones presidenciales. De hecho, ni tan siquiera hay referencia a la existencia de los propios partidos políticos. El que hoy en día tengamos estas elecciones primarias es consecuencia de la evolución de la vida política estadounidense y obedece, más que nada, al deseo participativo del que, en definitiva, quisieron dotar a su sistema gubernativo los Padres Fundadores. Esta falta de supervisión federal ha hecho que, merced a la “delegación” y “reserva” de poderes, sean principalmente, aunque no exclusivamente, los estados y las entidades locales los encargados de promover estos primeros comicios. Y, como no podía ser de otra manera, levantado el telón de las elecciones primarias, estas se han convertido ya en un circo mediático mundial.

Poco puedo comentar de las primarias en el Partido Demócrata. Eliminados por decisión del Comité Nacional Demócrata tanto Robert Kennedy Jr. como Marianne Williamson, ambos sin bagaje político previo, el camino hacia la nominación demócrata para Joe Biden estaba claro que iba a estar muy despejado. En cualquier caso, no todo dentro de su partido es de color de rosa para el octogenario Presidente. Biden sigue inmerso en varios problemas judiciales a cuenta de su hijo Hunter. A esta circunstancia se une el que, aunque no resuenen con suficiente fuerza, hay voces críticas demócratas que resaltan su baja popularidad y, sobre todo, su avanzada edad. Incluso existe la duda dentro del partido de que, de repetirse el enfrentamiento Trump-Biden, este último fuera capaz de conseguir los resultados de 2020. En especial, si se tiene en cuenta la variación censal que parece favorecer muy ligeramente a los estados tradicionalmente republicanos. Parece indudable, no obstante, que volveremos a tener el “ticket” Joe Biden-Kamala Harris en la papeleta demócrata. Sin primarias en su partido, el Presidente Biden podrá centrarse durante un tiempo en los desafíos que se están dando ahora mismo en este final de mandato, como el control de la inflación, la presión migratoria en el sur del país, la guerra en Ucrania, o el conflicto que acaba de abrirse en Oriente Próximo con el ataque de Hamás a territorio israelí.

El espectáculo de estas primarias está, con seguridad, en el Partido Republicano, donde todo y nada parece estar decidido. Sabemos que, si los problemas judiciales no se lo impiden, Trump podría repetir como candidato republicano y, quién sabe, emular a Cleveland y convertirse en presidente en dos elecciones no consecutivas. Trump no ha participado, ni lo va a hacer, en ninguno de los tres debates que los otros candidatos republicanos han tenido o van a tener en televisión. No lo necesita. Es el candidato de las bases, con una popularidad que, en algunas encuestas, triplica a la de sus rivales de partido. Sigue siendo un referente en el ala más conservadora y, si sus contrincantes necesitan desesperadamente conseguir fondos para mantenerse en la liza de las primarias – de hecho, para eso están concebidos estos tres debates, – Donald Trump no los precisa. Es más, él ya se ha autodenominado candidato oficial y no concederá otro resultado que no sea su proclamación definitiva para la carrera presidencial.

Mientras tanto, los otros pretendientes conservadores esperan a que, o bien la justicia inhabilite a Trump, o que quizás se produzca un milagro que, si hacemos caso a las encuestas, parece estar muy lejano. Solo les queda, pues, intentar ser segundos y esperar acontecimientos. El mejor posicionado sigue siendo el gobernador de Florida, Ron De Santis (o “DeSanctimonious” según Trump). A este le siguen una terna de aspirantes más o menos conocidos, algunos de los cuales cumplieron los requisitos para participar, desde California, en el segundo debate televisado: tener más del 3% de apoyo popular en varias encuestas y tener más de cincuenta mil donantes, de los que 200 debían venir de veinte estados diferentes. Un número de aspirantes que es muy probable que se reduzca para el último debate, que será el 8 de noviembre en Florida. De momento siguen en liza y con posibilidades Nikki Haley, Vivek Ramaswamy, Mike Pence, Tim Scott, Chris Christie y Doug Burgum.

Ninguno de los candidatos antes mencionados supone un riesgo para el presidente Trump. El gran ausente de los debates, pues ni estuvo presente ni apenas se le mencionó, sigue marcando la agenda política republicana. Lo hemos visto estas semanas pasadas cuando sus seguidores en la Cámara de Representantes se deshacían del republicano Kevin McCarthy, “speaker” de la Cámara y tercera figura gubernamental más importante del país. Si creíamos haberlo visto todo ya en la vida política de Estados Unidos, la revocación de McCarthy, por pactar con los demócratas un acuerdo de 45 días que evitaba el cierre del Gobierno Federal, constituye en sí mismo un hecho inaudito en la historia de Estados Unidos. La sombra de Trump es muy alargada y los otros candidatos republicanos lo saben. Imagino que estos postulantes tratarán de buscar su nominación hasta el último minuto. Sin embargo, me temo, estamos cada vez más cerca de repetir un nuevo Trump-Biden, emulando aquel doble enfrentamiento entre Eisenhower y Stevenson de 1952 y 1956. Para el espectador estadounidense, y del resto del mundo, estas primarias solo son un “intermission”, como los de aquellas largas películas antiguas, antes de la verdadera batalla política.

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