Al cumplirse 45 años del inicio del mayor escándalo político en la historia de Estados Unidos, una sobredosis de analogías Nixon-Trump proliferan en Washington.
En torno a la medianoche del 17 de junio de 1972, cinco intrusos fueron detenidos in fraganti en las oficinas del Comité Nacional Demócrata (DNC) en un céntrico edificio de la capital federal llamado “Watergate” por su proximidad a las aguas del Potomac. Aquel “robo de tercera clase”, según el spin de la Casa Blanca, fue el arranque de una saga de 26 meses que culminaría el 8 de agosto de 1974 con la única dimisión de un presidente en toda la historia de Estados Unidos.
Al cumplirse 45 años del inicio de lo que el general Alexander Haig describió como “uno de los periodos más peligrosos en la historia de América”, las analogías Nixon-Trump proliferan en Washington. Entre reflexiones sobre el papel de la Prensa ante los abusos del poder y los hechos alternativos, cómo reaccionar ante amenazas al sistema de separación de poderes o hasta qué punto puede prosperar un proceso de impeachment contra el actual ocupante del despacho oval. Hasta el léxico acuñado hace casi medio siglo vuelve a formar parte de todas estas inevitables especulaciones: Deep Throat, Saturday Night Massacre, Smoking Gun Tape…
En el salón del baile del nuevo hotel en el complejo Watergate, estos días se han reunido los cada vez menos supervivientes del comité de la Cámara Alta encargado de investigar el caso Watergate, con el objetivo de recordar aquellos momentos decisivos. Conocido oficialmente como Senate Select Committee on Presidential Campaign Activities, aquella comisión especial estuvo presidida por el senador Sam J. Ervin, demócrata de Carolina del Norte.
El encuentro, a medio camino entre una high school reunion y un esfuerzo por fijar los recuerdos de aquel antes y después en la historia política de Estados Unidos, no ha contado con la participación de Hillary Clinton. Ya que ella, como joven abogada, no trabajó para el comité del Senado sino que formó parte del staff del Comité Judicial de la Cámara de Representantes, encargado de iniciar la formulación de acusaciones de impeachment contra el presidente Nixon.
A pesar de la sobredosis de comparaciones entre Watergate y el Rusia-gate, los participantes de la cita en Washington han insistido en no caer en la tentación de establecer analogías equívocas con el caso que actualmente está siendo investigado por varios comités del Congreso y el fiscal especial Robert Mueller. Una pesquisa que se centra en torno a la posible conspiración entre la populista campaña de Donald Trump y el gobierno de Rusia para forzar el resultado de las elecciones celebradas el pasado noviembre, incluidas las sospechas sobre obstrucción a la justicia por parte del presidente Trump.
Tal y como ha advertido el exsenador republicano Lowell P. Weicker, último superviviente del comité Watergate, “equiparar los dos casos es un error”. Una advertencia coreada también por otros letrados que formaron parte del staff que realizaron las pesquisas contra Nixon desde Capitol Hill. Todos ellos con la experiencia necesaria para entender que la ventana para un impeachment, o juicio político contra un presidente de Estados Unidos, es muy estrecha y complicada.
En estos debates sobre motivos y legados de Watergate también ha destacado una especie de nostalgia por el espíritu de bipartidismo que hizo posible el éxito de aquella investigación. Sobre todo, al tratarse de la primera vez en que se cuestionaba de esa forma a un presidente de Estados Unidos, con insistencia en que el ocupante de la Casa Blanca no se encuentra por encima de la ley.
Lo que sí se mantiene intacto en Estados Unidos es la fascinación con Watergate, con toda clase de programas especiales, reportajes y documentales que no han podido esperar al cincuenta aniversario del legendario break-in, cuya puerta forzada se encuentra conservada como una especie de reliquia en el Newseum de Washington. Todo este apetito, alimentado por la actualidad, que también ha disparado las ventas en Amazon de All The President´s Men. El libro publicado en 1974 por Bob Woodward y Carl Bernstein, del que la editorial Simon & Schuster ha ordenado una nueva edición. Sin que falten proyectos de volver a llevar esta historia a la gran pantalla.
Carl Bersntein cree que toda esta renovada relevancia se basa en el hecho de que Watergate “es un gran ejemplo de que el sistema americano funciona”. Según ha explicado el periodista, existe una nostalgia con respecto a un tiempo en el que no solo la Prensa hizo su trabajo, sino también el poder judicial, incluido el Tribunal Supremo con un magistrado-jefe nominado por Nixon. Sin olvidar el comité investigador del Senado que buscó la verdad con un espíritu bipartidista del que ahora no queda ni rastro en Washington.
“Los héroes de verdad fueron realmente esos grandes republicanos valientes y patrióticas que votaron en base a su conciencia”, según Bernstein. “Ahora tenemos un país muy diferente y una cisma político y cultural que es brutal y en el que resulta imposible tener un debate basado en hechos. La noción de la mejor versión obtenible de la verdad, que es lo que hicimos informando para el Washington Post, es cuestionada, denigrada y degradada como fake news por parte del presidente de Estados Unidos”.
A juicio de Larry Sabato, director del prestigioso Center for Politics de la Universidad de Virginia, es verdad que Watergate evoca la “cúspide del poder periodístico”. Con todo, la gran diferencia entre 1974 y 2017 es que “entonces existía un camino para resolver la crisis planteada” mientras que ahora las posibilidades de que el Congreso dominado por los republicanos asuma su responsabilidad “se aproxima a cero”.