El 29 de marzo del 1985 Vladimir V. Aleksandrov aterrizó en el aeropuerto de Madrid-Barajas. El climatólogo ucraniano llegó a España para participar en la II Conferencia internacional de municipios y zonas no nucleares en la ciudad de Córdoba.
José Moreno, taxista encargado de acompañarle a la reunión, fue interceptado por un oficial en el aeropuerto que le dijo que el científico tendría que pasar primero por la embajada soviética en Madrid. Cuando Aleksandrov salió de la embajada parecía otra persona. La secretaria ejecutiva del comité organizador de la conferencia de Córdoba, Margarita Ruiz Schrader, informó de cuanto le dijo el taxista: el científico estaba tan borracho que se desplomó en el asiento trasero del automóvil. Una vez en la sala de la conferencia no habló con nadie, y unas horas más tarde fue encontrado por la policía en la calle, todavía ebrio.
Rápidamente el climatólogo fue conducido de nuevo al lugar de la conferencia donde llegó en un estado totalmente inconsciente. Alfonso Ceballos, el secretario de Julio Anguita, alcalde de la ciudad de Córdoba, advirtió a las autoridades soviéticas y acordó con ellas que el científico sería trasladado a Madrid en un coche del Ayuntamiento. Numerosos testimonios parecen converger hacia una sola convicción: el científico estaba enloquecido y nunca antes se había visto en tales condiciones.
Como recuerdan sus colegas, Aleksandrov era un hombre extremadamente inteligente, ambicioso pero al mismo tiempo moderado, divertido y, por supuesto, no bebedor. El matemático ruso Nikita Moiseev confiaba tanto en él que le había encargado la dirección del laboratorio sobre el cambio climático en Moscú donde Aleksandrov trabajaba en la implementación de un modelo de circulación atmosférica. Nunca lo había decepcionado, y por esta razón Moiseev decidió continuar colaborando y ayudarle en la organización de una visita al extranjero.
Aleksandrov pasó ocho meses en los Estados Unidos, en el NCAR (National Center for Atmospheric Research), durante los cuales le permitieron utilizar el supercomputador norteamericano Cray1, desarrollado en 1976 y, en aquel momento, el más poderoso que había en el mundo. Demostró la posibilidad de utilizar modelos matemáticos para simular y también predecir los procesos de interacción de partes de la biosfera, tales como el movimiento de masas de aire, la formación de nubes y el movimiento de las aguas oceánicas.
En marzo de 1983, el famoso astrónomo estadounidense Carl Sagan publicó una serie de escenarios de una posible guerra nuclear. Junto con sus colaboradores, afirmó que una guerra nuclear global podría tener un gran impacto en el clima debido al oscurecimiento significativo de la superficie durante muchas semanas. Como consecuencia, la superficie del planeta se volvería inaccesible a la luz solar y comenzaría a enfriarse rápidamente. La productividad de los ecosistemas naturales podría verse severamente restringida y la extinción de una gran fracción de los animales y plantas de la tierra parecía probable. Este escenario se dio a conocer como “invierno nuclear”.
El modelo de Aleksandrov mostraba que si ambas partes en conflicto, EE. UU. y la URSS, usaran solo el 30-40 % de sus arsenales nucleares para atacar ciudades, una enorme cantidad de hollines se elevaría a la atmósfera superior, lo que cubriría el sol durante muchos meses. El planeta no volvería a su estado original y ocurriría una reorganización completa de toda la biosfera. No desaparecería, pero pasaría a un nuevo estado, y en esta nueva biosfera ya no habría lugar para la humanidad.
Aleksandrov produjo un modelo tridimensional más avanzado que el modelo 1-dimensional de los colegas americanos. Los modelos estadounidenses podían analizar la posible dinámica de los cambios atmosféricos solo durante el primer mes después del ataque nuclear. Por el contrario, los soviéticos ofrecían una imagen de todo el año en el que estaban integradas las dinámicas del océano.
Una carrera prometedora comenzaba para Aleksandrov al convertirse en portavoz soviético de la teoría del invierno nuclear. Participó en numerosas conferencias por todo el mundo e incluso presentó la teoría de la catástrofe nuclear al papa Juan Pablo II en el Vaticano. Estaba convencido de que su análisis demostraba que las consecuencias de un ataque serían tan devastadoras para la biosfera, como para llevar a un desarme nuclear global.
El domingo 31 de marzo Aleksandrov desapareció. Schrader contó en una entrevista lo que le habían contado los conductores encargados por el Ayuntamiento de acompañar a Aleksandrov a la embajada rusa en Madrid. Aparentemente, el climatólogo fue transferido hasta un hotel en el paseo de La Habana, donde quedó registrado su nombre. De hecho, su pasaporte y los billetes de avión se encontraron en la habitación la mañana siguiente.
El servicio secreto español, un año después, declaró oficialmente que el ucraniano no cruzó las fronteras de España y nunca fue encontrado su cuerpo.
La colaboración sobre el invierno nuclear registró una parábola descendente. El interés inicial en la producción de un modelo geoclimático común para promover la investigación en ecología global se sustituyó, con una práctica de creciente deslegitimación por parte de los órganos de defensa estadounidenses, y terminó por oscurecer la validez de los resultados obtenidos.
La campaña de desprestigio que se libró entonces continúa después de 40 años, no solo en el ámbito político, económico y militar, sino también en el contexto intelectual y científico. Artículos recientes describen la teoría del inverno nuclear como una farsa creada por los soviéticos.
Sin embargo, análisis y estudios recientes demuestran que los resultados de los modelos de Aleksandrov son coherentes con los estudios modernos y vuelven al punto central de las investigaciones más avanzadas. Aleksandrov no solo cuestionó la proliferación nuclear, sino también todo el modelo de desarrollo económico en relación al medio ambiente global. Surgieron preguntas que han animado a los estudios sobre el calentamiento global y el antropoceno. No podemos permitir ocultarlo como una fake news.
Escrito por Giulia Rispoli, investigadora del Max Planck Institute for the history of Science de Berlin y autora del capítulo “Frío y oscuridad: La colaboración sobre el invierno nuclear y la desaparición de Vladimir Aleksandrov» incluido en el libro “De la Guerra Fría al calentamiento global Estados Unidos, España y el nuevo orden científico mundial” Editado por Lino Camprubí, Xavier Roqué y Francisco Sáez de Adana.