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Entre torpeza diplomática y estrategia discursiva

El pasado mes de marzo, a través de un vídeo oficial, el presidente de México Andrés Manuel López Obrador dio a conocer el contenido de una carta que hace unas semanas dirigió al rey de España Felipe VI y al papa Francisco. En su misiva, el presidente pide disculpas oficiales por las consecuencias perjudiciales de la conquista de México en 1521 para que el 2021 sea “el año de la reconciliación histórica”.

Pese a reconocer que la conquista fue un acontecimiento fundacional, pretende específicamente que el gobierno español “admita su responsabilidad histórica por esas ofensas y ofrezca las disculpas o resarcimientos políticos que convengan”. La noticia del hecho ha suscitado inmediatamente reacciones controvertidas. Una vez elegido, López Obrador decidió seguir con su estrategia de comunicación –experimentada durante su mandato como jefe de gobierno de la capital federal (2001-2005)– basada en conferencias mañaneras personales, organizadas como ruedas de prensa cotidianas. El contenido y ejecución de sus intervenciones resulta variable, en algunas ocasiones toma carácter de propaganda o se vuelve invectiva en contra de sus opositores y de la prensa; en un primer momento las declaraciones sobre dicha carta me parecieron un disparate mañanero como muchos. Sin embargo, con el pasar de las horas se alimentó el revuelo sobre todo en las redes sociales, entre el escarnio, la indignación y la apreciación. En México las reacciones populares han sido instigadas por los medios de comunicación, que para las 18 h del martes 26 de marzo ya compartían que más del 67 % de los mexicanos condenaba la ocurrencia por medio de un sondeo de El Universal; mientras tanto desde España se difundía el rechazo oficial del gobierno español y más tarde el apoyo de Podemos a la petición de López Obrador.

Más que canalizar un sentimiento supuestamente compartido por la población mexicana, el contenido de la carta en cuestión parece desatar un debate que sin embargo aflora cíclicamente en la esfera pública española. El legado de la colonia ha incidido innegablemente en la historia política, económica y social de ambos países, que por otra parte, se formaron como los conocemos hoy a raíz de los procesos de independencia. Desde un punto de vista argumentativo y congruencia historiográfica, las peticiones de López Obrador me parecen descabelladas, lo suficiente para que ni siquiera merezcan ser debatidas; por otro lado, las reacciones españolas de fuerte rechazo y de apoyo político me parecen igualmente fuera de lugar. A pesar de tener a menudo una severa crítica con respecto a la colonización española, una recriminación institucional dirigida al actual estado español por las dinámicas propias de la conquista me sabe a expediente discursivo polarizador. Sin embargo y precisamente por el revuelo desatado, considero interesante hacer un pequeño ejercicio de análisis para intentar aclarar cómo este acontecimiento encaja en el discurso propio del presidente mexicano.

En el marco de mi investigación en el campo del análisis crítico del discurso público mexicano, la trayectoria discursiva de López Obrador atrajo mi interés en primer lugar porque me dedico, sobre todo, a cuestiones como la discriminación y la represión estatal. Uno de los ejes discursivos fundamentales propios del actual presidente es la polarización, cuyo componente discriminatorio fue recrudeciendo a lo largo de la última campaña electoral. Como pude evidenciar en un artículo recién publicado, López Obrador se expresó agresivamente en contra de la precandidata presidencial de origen indígena María del Jésus “Marichuy” Patricio, así como en contra del EZLN y sus redes indígenas y socialistas libertarias, acusados, paradójicamente, de ser títeres del neoliberismo. Su posición pública alimentó reiterados ataques denigratorios por parte de sus seguidores, desde usuarios de redes sociales hasta intelectuales miembros de su partido “Morena”. El martes 26 de marzo, la misma Marichuy se expresó sobre la carta del presidente calificándola de “simulación” y subrayando las condiciones de vida de los indígenas en el presente, afectados por una consolidada violencia estructural. Se expresó sobre los megaproyectos propuestos por su gobierno caracterizados por gran impacto ambiental y que afectarán directamente a comunidades indígenas, hecho que el presidente sigue negando sus consecuencias y alegando supuestos beneficios para la población local. Una vez más, el discurso institucional fomenta la reproducción del tópico –bastante común en el discurso público mexicano– de que el indígena es pobre “porque quiere”, pues frente a las oportunidades salvadoras ofrecidas por el gobierno prefiere quedarse atrasado como es. A raíz de la susodicha carta, cabe preguntarse si los únicos indígenas dignos de disculpas son los mexicas de la gran Tenochtitlan y pueblos originarios indefinidos y abstractos.

Otro eje fundamental del discurso de López Obrador ha sido la instrumentalización de la historia nacional. En sus discursos le gusta incluir nombres y referencias a episodios históricos, así como citas de sus personajes favoritos de la historia política mexicana, aunque no siempre acertadas y atribuibles. Sus reiteradas referencias históricas representan una estrategia discursiva orientada hacia la justificación y la legitimación de sus propios pasos políticos; en el caso específico del contexto mexicano, la conexión con determinados eventos y personajes del pasado se entrelaza estrechamente con la estructura discursiva del nacionalismo posrevolucionario. Para la construcción de sus referencias, el fundamento historiográfico es un factor secundario y  subordinado a la eficacia del mecanismo legitimador. Además, el recelo nacional hacia los españoles radica en un articulado discurso racista desarrollado desde la Independencia; a pesar de haberse suavizado mucho gracias al papel acogedor de México durante el periodo del exilio republicano español, sigue siendo un tópico vivo en la esfera de la discriminación discursiva.

Difundido por sus cuentas en redes sociales, el vídeo a través del cual el presidente de México comunicó la existencia de su carta se caracteriza por una exposición torpe y realización algo tosca. Asimismo sonó poco eficaz y algo forzosa su reiteración mañanera de la necesidad de “perdón”; se trata de un término que él mismo emplea frecuentemente, a menudo conectado con los aspectos moralizadores que estructuran varios mecanismos propios de su discurso y nuevas formas de impunidad. Frente al estallido de la polémica, el Vaticano por su parte contestó simplemente recordando las ocasiones en las cuales la Iglesia ha reconocido su papel en las violaciones de derechos humanos acontecidas durante la colonización de América, incluso pidiendo perdón; lo que destaca cierto grado de desconocimiento detrás del planteamiento mismo de la carta en cuestión. El gobierno español, de hecho, habría podido contestar elegantemente de manera similar, recordando al presidente mexicano el “Tratado Definitivo de Paz y Amistad entre la República Mexicana y S.M.C. la Reina Gobernadora de España” –conocido como tratado Santa María-Calatrava– firmado por México y España en 1836. Por otro lado, López Obrador ha recibido apoyo por sus peticiones de justicia hacia los pueblos originarios; sin embargo el actual presidente no se destaca por ser un defensor de los derechos indígenas y su actitud sobre el tema –bastante consistente a lo largo de su carrera política– no justifica un apoyo extranjero en ese sentido. Mientras que en México el hecho se ha vuelto blanco de burla en redes sociales, el debate desatado en España me parece más bien la manifestación de un profundo conflicto interno, por el que cualquier pretexto o desatino relacionado con la colonización se vuelve pivote de disputa.

Tan solo un día después de su vídeo, López Obrador tuvo que enfrentarse a preguntas sobre su posición con respecto a la aprobación presupuestal estadounidense para la construcción del muro a las que, paradójicamente, contestó declarando que no quiere meterse en el asunto pues se debe “de cuidar la relación con el gobierno estadounidense, que debe ser siempre una relación de amistad y de respeto mutuo”. A pesar de la reiterada crítica en contra de EE. UU. y Trump durante su campaña electoral, al parecer el presidente de México ya no quiere expresarse sobre el vecino estadounidense ni siquiera tratándose de la controvertida cuestión del muro fronterizo. Sin embargo le parece legítimo lanzar peticiones de disculpas por hechos acontecidos durante la conquista, o por lo menos eso aparenta; lo cierto es que el asunto de la carta –como muchos otros desde su toma de posesión– ha representado un eficaz desvío de atención pública y un ulterior estímulo de la creciente polarización de la esfera pública mexicana.

 

Escrito por Anna Marta Marini, estudiante de doctorado en Estudios Norteamericanos del Instituto Franklin de la Universidad de Alcalá. Obtuvo su título de posgrado en Lenguas y Estudios Interculturales especializándose sobre México y la frontera México-EE. UU., así como un título de posgrado de segundo nivel en Public History. Sus principales campos de trabajo son el análisis crítico del discurso y de las representaciones culturales, relacionados en particular con la violencia estructural y la construcción identitaria.

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