Hay un equívoco muy extendido que sostiene que las Naciones Unidas nacieron hace 75 años como algo que el gobierno de Estados Unidos aceptaba a regañadientes y para no quedar en evidencia al fin de la Primera Guerra Mundial; se añade que siempre han actuado al margen de ellas. La creencia es falsa, aunque en el mundo actual, comprensible. La intervención americana en Irak levantó oleadas masivas de repudio y la actual prolongada guerra de Siria, donde su dictador ha gaseado a su población gracias al amparo que en la ONU le presta Putin, no levanta en protesta, en España, por ejemplo, ni una ridícula pancarta. Hay muchos más ejemplos, el antiamericanismo en muchos países es rampante, moviliza, mientras que mayores trapacerías de otras potencias dejan indiferente.
La realidad es que la ONU nació por inspiración de Estados Unidos, que se empleó a fondo en su parto. La guerra hacía estragos y acabaría causando millones de muertos. La idea de crear una organización mundial que buscara la paz nació en la mente de Roosevelt. Estados Unidos había entrado en guerra con Japón a principios de diciembre de 1941. Recibía él a Churchill en la Casa Blanca para coordinar los esfuerzos de guerra contra el Eje. Una mañana, cuenta Simon Tisdall, el presidente pidió que lo llevaran en su silla de ruedas a la habitación donde se duchaba el británico. Entró sin avisar y exclamó jubiloso ante un Churchill en cueros: “Las Naciones Unidas”. Winston replicó: “Muy bueno”. Luego convencerían a Stalin, que cobró su precio.
Roosevelt buscaba diseñar una alianza que ganara la guerra e impidiera el nacimiento de nuevas tiranías. De propina, deseaba transformar a los estadounidenses de aislacionistas en personas involucradas en los problemas mundiales. El proyecto, con un tratado que daría inmensos privilegios a las potencias vencedoras en la guerra, se perfiló en las Cumbres tripartitas de Dumbarton Oaks y Yalta. La ONU nacería en San Francisco en junio de 1945.
El primer gran tema que lidió fue el Medio Oriente con el alumbramiento de Israel. Otro equívoco, Estados Unidos no se inventó ese país, los padres fueron las Naciones Unidas. El territorio era objeto de atentados entre judíos y árabes, y Gran Bretaña, potencia administradora, anunció que se marchaba. La ONU nombró una comisión de once embajadores de distintos países que dictaminaron que surgieran dos estados: Israel y Palestina. Se votó en la Asamblea: 33 votos a favor, 13 en contra, 10 abstenciones. Israel declararía la independencia que Washington, con un gabinete dividido, reconoció. Stalin hizo lo propio. Los árabes no lo aceptaron e invadieron a Israel que los rechazó con armas de la comunista Checoslovaquia, no americanas. Corea sería después un caso de libro en el que Estados Unidos siguió el manual de la ONU. Corea del Norte invadió a la del Sur para absorberla y el desafío estremeció a la Organización. Aprobó la formación de una fuerza multinacional para meter en cintura al dictador coreano. Estados Unidos la capitaneó e hizo el mayor gasto.
Vuelta a Medio Oriente en 1956. Francia, Gran Bretaña e Israel invaden Egipto. El americano Eisenhower, en campaña de reelección, pilla tal berrinche que en la ONU se pronuncia en contra de sus aliados y amenaza con tomar represiones contra la libra esterlina.
Las guerras sucesivas arabo-israelíes, con la amenaza de echar a Israel al mar, fueron empujando cada vez más a Washington hacia el lado judío al que ha ayudado, en ocasiones sin excesivo entusiasmo, con bastantes vetos en la ONU. La época de Obama vio alguna abstención porque el presidente demócrata era consciente de que el israelí Netanyahu acumulaba los problemas con la edificación de los asentamientos. Carter había intentado seriamente lograr una paz que hiciera viable un estado palestino, reunió a los dirigentes de las dos comunidades, el tema no prosperó.
Posteriormente Estados Unidos ha quedado desencantado con la ONU. Intentó proteger a varios convoyes humanitarios que paliaran la hambruna en Somalia y en una escaramuza dos de sus soldados fueron vilmente arrastrados por las calles de Mogadiscio en unas imágenes que cambiaron la política yanqui hacia la ONU y la ayuda exterior. Se sintieron solos. Luego vino Irak, ante el reiterado remoloneo de Sadam Hussein para cumplir el mandato de la ONU; Washington lo invadió. La ONU, aunque no lo condenó no podía aprobarlo. Esto fue muy resentido en políticos y opinión publica estadounidenses que comparaban su intervención en Irak sin mandato de la ONU y la de la OTAN en Kosovo también sin aprobación. Una fue vilipendiada, la otra aplaudida. Esto no se digirió bien allí y aumentó en EE. UU. el desprestigio de la ONU que fue calificada de “caja de cotorras que discuten tonterías”.
La llegada del escasamente internacionalista Trump ha empeorado la situación: abandona el cambio climático, se sale de la OMS y hace concesiones a Israel que convierten al estado palestino en algo casi inviable. El amor del gobierno yanqui por la Organización es algo del pasado. Lo malo es que la llama también se ha reducido en su opinión pública.