La semana que viene votarán los norteamericanos por el próximo presidente de su país. El pasado martes 27 de octubre publiqué en la sección de Opinión de El Mundo una colaboración titulada “¡Ganará Biden!”. Si sorprendente resultó hace cuatro años la victoria de Donald Trump —para otros la derrota de la candidata demócrata Hillary Clinton—, más extraordinario resultaría para mí que el actual presidente revalidara su mandato para otro nuevo periodo presidencial (en la referida colaboración exponía los motivos).
El primer y más inmediato escenario que se plantearía ante una eventual victoria de Joe Biden sería la aceptación de los resultados electorales por parte del actual presidente. Si la victoria del candidato demócrata resultara contundente, algo no descartable, se evaporaría la capacidad de actuación de Trump, máxime si los demócratas obtienen la mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes como también apuntan las encuestas. En caso de que el número de delegados del “asno” supere por un estrecho margen a los del “elefante” recaería sobre estos últimos, y me refiero al partido, apoyar una batalla de procedimientos legales de incierto futuro ante lo que su líder plantee. Una tercera opción sería que Trump ganara la noche electoral pero que el recuento de los millones de votos por correo, que puede dilatarse unos días, diera finalmente la victoria a Biden. Hipótesis a tener en cuenta y cuyas consecuencias resultan impredecibles tanto por la personalidad del protagonista como por lo novedoso de la situación.
Si obviamos situaciones extremas y nada deseables situándonos en un panorama de normalidad, la primera misión del nuevo presidente sería la de restañar las heridas de una nación polarizada como nunca antes a lo largo de su historia. “Pacificar el país” —tal fue el mensaje electoral de Biden en la Convención Demócrata de Milwaukee (WI), el pasado mes de agosto cuando fue nominado— se convertirá en el eje referencia de sus actuaciones en materia de política interior. También deberá lidiar con la pandemia desde una perspectiva realista alejada del negacionismo, cuando no optimismo, mostrado por el actual presidente. En el debate presidencial de la semana pasada, Trump se mostraba convencido de que “en unas pocas semanas” dispondrían de una vacuna eficaz para terminar con el “virus chino”; sin embargo, este escenario por todos deseado y esperado es un futurible más que cuestionado por los expertos.
A corto-medio plazo también deberá reactivar la economía del país con una tasa de paro en torno al 8 % —antes de la pandemia apenas si superaba el 3 %- y recuperar el PIB que según estimaciones descenderá 4 puntos en este 2020. En cualquier caso el vigor y capacidad de regeneración de la economía estadounidense es envidiable; baste considerar que en el mes de mayo los índices de paro alcanzaron el 14,7 %, y en apenas 5 meses se ha reducido a prácticamente la mitad. No en vano aunque Wall Street apueste por Trump, la hipotética elección de Biden no es vista con temor ni preocupación.
Otro aspecto que deberá afrontar será la política social. Ya anunció el candidato demócrata en el último debate que regularizará la situación de 11 millones de emigrantes y de forma especial a los “dreamers” —jóvenes llegados a Estados Unidos de forma clandestina junto a sus padres siendo menores de edad— amenazados por la supresión del programa DACA, que los protegía de ser deportados, tal como persigue el actual presidente. En este mismo ámbito también es predecible que retome la reforma sanitaria que finalmente pudo sacar el presidente Obama y esquilada por la actual administración.
Trabajo tendrá Biden, en caso de ser elegido, en el campo internacional. Tiene numerosos frentes abiertos, y no solo en el mundo árabe. El tema de Irán es una “patata caliente” que necesita urgente resolución. ¿Retomará la política de Obama al respecto engarzando con sus aliados europeos o seguirá el camino iniciado por Trump? Difícil respuesta, máxime tras el acuerdo entre Baréin y Emiratos Árabes Unidos con Israel, siempre tutelado por Arabia Saudí. También deberá reencauzar las maltrechas relaciones con China en los ámbitos político y comercial, sin olvidar, en esa misma zona, a Corea del Norte. En cuanto a la América Latina deberá recuperar el ambiente de buena amistad con México y replantear su diplomacia en países como Cuba y Venezuela a cuya línea pueden incorporarse países como Bolivia donde acaba de ganar y gobernará Movimiento al Socialismo.
Es de esperar que más fácil le resulte reencauzar sus relaciones con Europa, su socio tradicional, en geopolítica —actuando de forma conjunta en el ámbito de la OTAN y respecto a Rusia —, en materia económica —poniendo fin a la guerra de aranceles— y en medio ambiente —retomando el Tratado de París—, y potenciar organizaciones internacionales cuestionadas por Donald Trump —como la ONU o la Organización Mundial de la Salud—.