La gran sorpresa de las primarias de New Hampshire es que no ha habido sorpresas. En un estado con reputación de darle disgustos a los candidatos favoritos, y esperanzas a los humildes, esta vez han ganado los poderosos: Trump se enfrentaba al reto más difícil de todas las primarias republicanas y, aun así, ganó por más de 10 puntos. El nombre de Joe Biden ni siquiera salía en la papeleta y arrasó igualmente en las primarias demócratas.
Desde que Trump decidió presentarse de nuevo a presidente, era difícil pensar que no se fuera a hacer con la nominación republicana. A pesar de la violencia, las mentiras, los escándalos y los juicios pendientes, una parte mayoritaria del electorado republicano lo ama: es un hecho incontestable como la ley de la gravedad o la temperatura a la que hierve el agua. Es así.
Ni en el mejor de los casos
Si surgió una pequeña duda fue porque, por un momento, los astros parecieron alinearse para su rival Nikki Haley, unas pocas horas antes de la votación: para empezar, se completó la ansiada “unidad” del voto anti-Trump con la retirada del gobernador Ron DeSantis, pero además había ciertas condiciones que hacían de la primaria de New Hampshire el mejor lugar para la sorpresa o, tal vez, el único posible.
La primaria republicana de New Hampshire es la menos republicana de todas: es una primaria abierta, lo que quiere decir que votantes independientes pueden elegir también a los candidatos republicanos. Según las encuestas, solo el 50% de los que votaron el martes se consideraban a sí mismos republicanos, con un 44% que se decían independientes e incluso un 6% que se declaraban demócratas. Además, los republicanos de New Hampshire se consideran menos conservadores que en otros estados.
Incluso con este electorado independiente y que debiera haber sido más favorable a Nikki Haley que en ningún otro lado, Trump venció con comodidad. Las cifras son elocuentes: entre los votantes que se declaraban republicanos, Trump se hizo con el 74%. Entre los que se decían independientes, Haley ganó 58-39. La lección sigue siendo la misma: los votantes republicanos quieren a Trump, incluso los menos conservadores, y son los votantes republicanos los que decidirán estas primarias, no los votantes independientes.
Y ahora, ¿qué?
Haley necesitaba una victoria para seguir manteniendo sus opciones. Ha dicho que no se retira, pero si dentro de un mes Trump la machaca en la primaria de South Carolina como dicen las encuestas, en su propio estado natal donde fue gobernadora… No parece que su candidatura tenga mucha viabilidad, si no es porque a Trump le dé un infarto o porque lo metan en la cárcel. Parece que, por debajo de eso, los republicanos siguen con él, aunque puede que sea exactamente la razón por la que Haley continúa en la liza. Por si acaso.
En la recta final antes de New Hampshire y después de mucho evitar criticarlo, Nikki Haley decidió finalmente que era el momento de atacar a Trump: por su edad, su equilibrio mental y por su romance con Putin. Quizás se ha decidido demasiado tarde o quizás nada de lo que hubiera hecho habría podido cambiar un hecho fundamental: como he escrito una y otra vez aquí, una mayoría de los votantes republicanos adoran a Trump. ¿Lo suficiente como para votarle en noviembre si ha sido condenado y está en prisión? Está por saber.
Lo único claro es que vamos a otro Biden vs. Trump, la revancha. El presidente también ganó las primarias en New Hampshire a pesar de que su nombre ni siquiera figurase en la papeleta y los votantes tuvieron que escribirlo (no se presentaba en protesta porque cree que Iowa y New Hampshire no deberían ser los primeros estados en votar). No habrá otro candidato en ninguno de los partidos, aunque tanto uno como otro son terriblemente impopulares. La respuesta definitiva, la tendremos el 5 de noviembre.