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5 de noviembre: algo más que una elección

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La campaña de las elecciones presidenciales en Estados Unidos encara ya su recta final, entrando en su fase decisiva. Las encuestas prevén un resultado muy ajustado, con una ligera ventaja por el momento para Harris, en especial, en el total del voto nacional. Los estados clave que inclinarán la balanza serán unos pocos, reduciéndose progresivamente el número de estos en los pronósticos: de nueve se pasó a siete, y de siete probablemente a tres: Pensilvania, Carolina del Norte y, en especial, Georgia (Trump no ganará si no obtiene Pensilvania, mientras que los demócratas lo tendrían difícil si pierden esta y Georgia). Un dato: si Harris se alza con la victoria sería la primera vicepresidenta que, sin haber ocupado el cargo de presidente, obtiene la victoria desde Bush padre, aunque el precedente más exacto no le es favorable: el vicepresidente Humphrey fue derrotado tras la renuncia del presidente Johnson a concurrir a las elecciones. En el caso de Trump, hay que recordar que solo en una ocasión un presidente anterior, tras no haber conseguido la reelección inmediata, obtuvo la victoria en las elecciones siguientes: el demócrata Cleveland en 1892.

Pero, al margen de la carrera que ocupa como es lógico toda la atención mediática (especialmente en este lado del Atlántico), el próximo 5 de noviembre los estadounidenses también elegirán la totalidad de la Cámara de Representantes y a un tercio de los miembros del Senado, y dichos comicios se antojan, asimismo, de una importancia suma. En el caso del Senado, en donde en la actualidad, como es sabido, los demócratas cuentan con una mayoría ajustada, las encuestas pronostican una próxima mayoría, muy exigua bien es verdad (de 51 o 52 escaños de un total de 100) para los republicanos. Dos estados, Montana y Florida, parecen inclinar la balanza, con una ventaja del partido del elefante. Por lo demás, dicha previsión no debe sorprendernos toda vez que, del tercio de escaños a renovar, una importante mayoría de ellos está actualmente ocupada por senadores demócratas (23 de los 34 a elegir), por lo que el partido del burro tiene más escaños que defender respecto a la situación actual. Por lo que respecta a la Cámara de Representantes, los resultados pronosticados son también muy igualados, aunque, sin embargo, las encuestas, teniendo en cuenta, además, la amplia mayoría de la que disfrutan actualmente los republicanos en dicha Cámara, vaticinan una ventaja de estos de cara a renovar su mayoría.

Es muy posible, en cualquier caso, que el resultado global de las votaciones del próximo noviembre arroje una situación de gobierno dividido, esto es, aquella en la que el signo político (mayoritario) en las tres instituciones que rigen Estados Unidos no sea idéntico. Este escenario, extraño para una mentalidad europea, ha sido y es, sin embargo, prácticamente consustancial al sistema político norteamericano. De hecho, en cerca del 75% del tiempo transcurrido desde que Richard Nixon fuera elegido presidente en 1968 se ha dado esta situación.

El sistema diseñado por los padres fundadores en Filadelfia hace 250 años obliga a colaborar a las distintas ramas (branches) o poderes del mismo. Así, se ha dicho que, máxime en situaciones de mayorías diferentes en las tres instituciones mencionadas, el compromiso es “obligado”. Si bien es cierto que, de cuando en cuando, situación al alza en tiempos de polarización política como a los que asistimos desde hace unos años, dicha colaboración es más difícil, colocando al sistema al borde del abismo (como sucede, por ejemplo, con las “renovaciones” financieras y los cierres de la administración). No obstante, con todo, dicho compromiso obligado sigue funcionando en la mayoría de ocasiones, siendo numerosas las leyes o medidas que finalmente son fruto de un acuerdo bipartidista (o de sectores de ambos partidos), por más que mediáticamente tengan más eco los desacuerdos. Así, pues, el ideal montesquiano de que el poder frene al poder es un desideratum muy presente en Estados Unidos y que, más bien que mal, sigue operativo.

Por otra parte, no es absolutamente descartable (más del lado republicano que del demócrata, según las encuestas) que los resultados de las elecciones del primer martes después del primer lunes del próximo noviembre den lugar a un “trifecta”, esto es, a una situación de hegemonía monopartidista en las tres instituciones (el término está tomado de las apuestas de caballos), situación, no obstante, que se ha dado pocas veces en las últimas décadas. En dicho escenario cobraría particular relevancia la regla de los 60 votos en el Senado (que exige acuerdo de los dos partidos para aprobación de los bills más relevantes), heredera del antiguo filibusterismo. Como puede verse, por más oxidado que en algunos aspectos pudiera parecer el sistema de frenos y contrapesos, este sigue siendo, afortunadamente, el elemento clave de la democracia americana.

 


Escrito por Alfonso Cuenca Miranda, letrado de las Cortes Generales. Doctor en Derecho con la tesis “El filibusterismo en el Senado estadounidense” (premio extraordinario).”

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