En la recientemente oscarizada Nomadland, la directora y guionista china afincada en Estados Unidos, Chloé Zhao, nos entrega una Las uvas de la ira para la generación que ha sufrido la gran recesión de 2008. Con un marcado sabor americano, acentuado por los paisajes del Oeste y el medio Oeste en los que se recrea y por los sueños de movilidad y expansión sugeridos por la vida en la carretera, Nomadland comparte con la audiencia una serie de enseñanzas que conviene no olvidar. Repasemos algunas de ellas.
1 – Que hay vida (y crisis) más allá de los 60
En Nomadland tenemos personajes de avanzada edad que se definen por lo que hacen, piensan y anhelan, no por sus arrugas. Son bien conocidas las dificultades de las actrices que superan los 40 para encontrar papeles protagonistas en Hollywood, y de ahí el mérito de que este alegato contra la gerontofobia se centre en personajes femeninos (muchos de ellos, versiones ficcionalizadas de las auténticas nómades que las interpretan). Por si fuera poco, la cinta rehúsa despreciar a las generaciones más jóvenes. La mirada compasiva de Fern (Frances McDormand) irradia cariño y comprensión tanto hacia sus veteranas compañeras de fatigas, Linda May y Swankie, como hacia Derek, el hambriento adolescente con quien protagoniza dos breves pero intensos encuentros de pocas palabras y mucha emoción.
Entre los principales hallazgos del filme está el retrato de la crisis como un asunto intergeneracional. Acostumbrados como estamos a oír que, por primera vez, los jóvenes tienen menos oportunidades que sus mayores, tendemos a olvidar que también entre los baby boomers se da la angustia derivada de las estrecheces económicas. En este sentido, el subtítulo del libro de la periodista Jessica Bruder en el que se basa la película resulta esclarecedor: Surviving America in the Twenty-First Century (cuya referencia geográfica se pierde en la edición en español: “Supervivientes del siglo XXI”). Aunque algunas voces críticas hayan reclamado una denuncia más explícita, resulta imposible contemplar a Fern aterida, pasando una noche de helada en un aparcamiento vacío, o viéndose obligada a depender económicamente de la campaña navideña de Amazon, sin pensar que algo huele a podrido en el reino del capital.
2 – Que hay muchas formas de comunidad
Frente a la deshumanización de la gran ciudad, el cine estadounidense ha convertido las casas cercadas por vallas blancas de las zonas residenciales suburbanas o las iglesias rurales en algunas de las más reconocibles materializaciones de la idea de comunidad. Tal estatus icónico es la clave del éxito de proyectos tan subversivos como los de David Lynch, quien derriba la fachada del Sueño Americano para escarbar en el jardín hasta llenarnos de suciedad; o de Paul Thomas Anderson, cuyo cine dibuja el delicado equilibrio entre fe y fanatismo.
La de Zhao parece ser una América bien distinta. Sus paisajes evocan los ríos y praderas de Terrence Malick o el Monument Valley de John Ford, escenarios más propicios para la escapada solitaria del forajido o para el genocidio de pueblos indígenas que para la unión entre semejantes. En un tiempo en el que una intermitente carrera espacial y las redes globales parecen haber dejado obsoleta la doctrina del Destino Manifiesto, Nomadland se asoma a una comunidad basada en el movimiento constante por el territorio continental, sin caer en la romantización ni en el alegato new age. Se trata de un movimiento forzado –en este caso, no a causa de la persecución política o el conflicto armado, sino de la crisis económica– en el que un sistema de cuidados forzosamente discontinuo hace lo posible por paliar la soledad y la carencia de recursos que acechan a la persona nómade.
3 – Que las cineastas nos están redescubriendo los Estados Unidos
Con Nomadland, Zhao entra de lleno en el territorio del mito nacional, uniéndose así a una lista de mujeres cineastas que en los últimos años nos han redescubierto los Estados Unidos, su historia, sus gentes y sus conflictos. Es el caso de Sofia Coppola y su exploración del deseo femenino reprimido en tiempos de la Guerra de Secesión (La seducción); de Ava Duvernay y su denuncia del racismo sistémico (Selma y Enmienda XIII); de Greta Gerwig y su actualización de un clásico de las letras decimonónicas (Mujercitas), o de Kelly Reichardt y su redefinición de la narrativa del western (Meek’s Cutoff y First Cow).
Como Walt Whitman, Nomadland contiene multitudes, por mucho que sus delicadas voces parezcan perderse en la carretera. A diferencia de los beatniks de Kerouac, que brillaban en el cielo como fuegos artificiales, estas nómades iluminan tenuemente los caminos con el alumbrado de su coche, sirviendo de guía a quienes –por obligación o por elección– vienen detrás. Y es que, por mucho que Neil Young cantara lo contrario, a veces es preferible irse apagando paulatinamente que extinguirse con violencia.