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Cuando los jóvenes Estados Unidos pegaron el estirón: el Tratado de Adams-Onís

Además de ser el aniversario del nacimiento de George Washington, el 22 de febrero también está señalado en el calendario estadounidense por marcar el fin de una era dentro de la historia expansiva de los Estados Unidos. Hace 200 años, en 1819, se redactó en Washington el Tratado de amistad, arreglo de diferencias y límites entre S.M. Católica y los Estados Unidos de América, más conocido como el Tratado de Adams-Onís, en honor al entonces ministro plenipotenciario de España, Luis de Onís, y a John Quincy Adams, secretario de Estado de los Estados Unidos e hijo mayor de John Adams.

El Tratado tenía como fin “una paz sólida e inviolable», fijando para ello las fronteras tanto de los Estados Unidos como del Virreinato de Nueva España en Norteamérica. Según lo acordado, la Corona española cedería la soberanía de la Florida -tanto la Oriental como la Occidental- a los estadounidenses, mientras que estos pasarían a reconocer a los españoles como únicos soberanos del actual territorio de Texas. Además, la frontera quedaría fijada entre el río Sabina y Arkansas hasta el paralelo 42° norte. A consecuencia de esto, España se vería forzada también a renunciar al territorio de Oregón, sin ningún valor estratégico ni comercial en aquella época. Finalmente, los Estados Unidos se encargarían de solventar la deuda que había contraído España con los habitantes estadounidenses de las Floridas hasta un máximo de cinco millones de reales de a 8 o dólares españoles.

La firma de este acuerdo supone el punto final a las diferencias territoriales en la América Septentrional que llevaban existiendo entre España y los Estados Unidos desde el último tercio del siglo XVIII hasta el primer cuarto del siglo XIX. El origen de estas disputas se remonta a los últimos compases de la Revolución americana, cuando, tras el Tratado de Paris de 1783, el objetivo primario de España empieza a ser el de frenar por cualquier medio la amenaza que supone la ambición expansiva de los americanos para sus dominios de Nueva España. Por otro lado, los americanos van a mostrar su frustración ante la negativa de las autoridades españolas a navegar el río Misisipi, vía esencial para el progreso económico y comercial de los territorios al oeste de los Apalaches. Toda esta problemática se va a ver resuelta en favor de los americanos tras el Tratado de Aranjuez de 1801, por el cual España cede la Luisiana a la ya República Francesa con la condición de que esta no sea entregada a los estadounidenses. En 1803, Napoleón incumplirá este acuerdo y venderá la Luisiana a Thomas Jefferson por quince millones de dólares. Tras la liberación de España de la invasión napoleónica, esta volverá a tener aires de grandeza, y tratará de recuperar –en vano- su imperio, poniendo su punto de mira en este extenso territorio.

La Luisiana era de sumo interés para la Corona española. Pese a que no poseía apenas interés comercial para España, su posición geográfica proveía una gran barrera entre México y las Provincias Internas, y la amenaza expansiva estadounidense. Pero la realidad es que en 1812 Luisiana se había convertido en el decimoctavo estado de los Estados Unidos, cuyas fronteras no estaban apenas definidas y las cuales eran fijadas según conviniese. El Tratado de Adams-Onís surgirá en parte a raíz de esta diferencia de interpretaciones de lo que conformaba la Luisiana.  Estados Unidos contemplaba dentro de su adquisición el territorio que comprendía toda la cuenca oeste del Misisipi hasta las Montañas Rocosas, y al sudeste hasta Río Grande y Florida Occidental. Por contra, para España, solo la cuenca oeste del Misisipi, incluyendo las ciudades de Nueva Orleans y San Luis.

Luis de Onís llegó a Norteamérica en 1809 con el objetivo de hacerse de nuevo con el control de los territorios perdidos las la venta acordada entre franceses y americanos en 1803. La Luisiana, desde su punto de vista, les había sido arrebatada de manera injusta y, ya fuera por la vía diplomática o a través del conflicto armado, tenían intención de recuperarla. La opción armada se desechó a raíz de los distintos levantamientos contra la Corona que surgieron a partir de 1810 a lo largo de México y las Provincias Internas, los cuales Onís afirmaba que estaban promovidos por los Estados Unidos. Estas revueltas provocaron que España se mostrara muy débil en sus dominios de la América Septentrional. Esta debilidad fue aprovechada por el general estadounidense Andrew Jackson para penetrar en la Florida Occidental con el fin de masacrar a los indios Seminoles, en guerra en ese momento con los Estados Unidos. Además, Florida Oriental también vio cómo los americanos penetraban en ella para “auxiliar las empresas de un pelotón de revoltosos, que desde los mismos Estados Unidos procuró excitar el desorden en aquella provincia” según el propio Luis de Onís en sus Memorias sobre las Negociaciones.

A finales de 1817, España se encontraría, pues, con tres grandes problemas: el posible reconocimiento de los insurgentes hispanoamericanos por parte de los estadounidenses; un conflicto armado con los Estados Unidos; y una más que probable invasión de las Floridas. La solución propuesta por el gobierno español fue la de llegar a un acuerdo con los Estados Unidos a fin de evitar mayores desastres. Este acuerdo sería negociado entre los ya nombrados Luis de Onís y John Quincy Adams, acatándose en él la mayoría de las demandas de los americanos. Gracias a este Tratado de amistad de 1819, la Corona pasaría a reconocer como legítima la compra de la Luisiana de 1803 pero a ser reconocidos a su vez como soberanos únicos de Texas, mientras que los americanos pasarían a duplicar su extensión a cambio de hacer frente al pago de la deuda contraída por España con los habitantes estadounidenses en la Florida.

Pese a que la opinión general daba a Estados Unidos como máximo beneficiario de este acuerdo, Luis de Onís prefería pensar lo contrario. Para el ministro plenipotenciario, España no podía acarrear las deudas contraídas “de presas y confiscaciones injustas con los habitantes de las Floridas”, siendo conveniente cedérselas a los americanos a fin de evitar revueltas. Además, los distintos levantamientos a partir de 1810 provocaron que España no tuviera suficiente autoridad ni poder en sus posesiones en Norteamérica, por lo que su cesión habría evitado otro conflicto más en las Américas.  Esto hizo valorar a Onís que la renuncia a la Florida en pro de la soberanía de Texas era una operación muy astuta, afirmando que no se trataba de una cesión sino de un intercambio, más beneficioso para la Corona que para los Estados Unidos.

Viendo el plano general la realidad era muy distinta a como Onís quería hacer creer: tras 1819 España se hallaba con apenas la mitad de las posesiones en Norteamérica de las que controlaba en 1783, habiendo perdido territorios esenciales como la Luisiana y la Florida. El reconocimiento como único soberano de Texas también era simbólico, ya que realmente los Estados Unidos nunca habían poseído legítimamente ese territorio. El Tratado de Adams-Onís, pues, marca el final de la lucha territorial entre España y Estados Unidos, una lucha que comenzaría en forma de defensa expansiva a finales del siglo XVIII, y cuyos esfuerzos resultarían en vano tras 1821, año en el que finalmente se ratificó el acuerdo.

 

Escrito por Daniel Bustillo Hurtado (@blogpluribus), doctorando en Estudios Norteamericanos por el Instituto Franklin – UAH. Graduado en Estudios Ingleses por la Universidad de Valladolid. Entre sus intereses destacan el estudio de la historia, cultura y sociedad de los Estados Unidos durante los siglos XVII, XVIII y XIX, así como las relaciones históricas con España durante estos periodos.

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